Rara solicitud de amistad
¡Que estresado estoy! Casi no tengo tiempo para nada. Desde hace un mes que ni siquiera me he dado el tiempo de ir a la peluquería. Siento que el tiempo corre y no hay forma de detenerlo...ya es sábado y son casi las 9 de la noche, quizás pase por una pizza y una cerveza, para luego ir a acostarme y dormir, ya fue suficiente por esta semana. Cuando estoy por apagar mi computador, me entra una notificación de Facebook, una nueva solicitud de amistad y de pura curiosidad entro a ver y no puedo creerlo es Matías Arredondo, un viejo amigo del colegio, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando veo su foto de perfil, éramos él y yo cuando teníamos 9 años. Esa foto la sacó la mamá de Matías en su fiesta de cumpleaños. Me dio mucha alegría cuando la vi, ya ni siquiera me acordaba de esa foto. Rápidamente acepté la solicitud y le escribí un mensaje por interno que decía:
¡Hola! Que alegría que me encontrarás por acá.
Pasaron varios minutos y decía solo escribiendo...
Cuando le vuelvo a escribir:
¿Me das tu número de teléfono? Te llamo, quiero escuchar tu voz.
En la conversación solo decía, escribiendo...
Estaba tan emocionado, que apagué mi computador y abrí la aplicación en mi teléfono, pero todo seguía igual, escribiendo...
Comencé a revisar su perfil. Tenía fotos con sus padres y su hermana. Hace tanto que nos los veía, pero me atrevería a decir que no han cambiado casi nada, excepto Matías, lo noté muy distinto, parecía que la vida lo ha golpeado durísimo. Estaba muy delgado, calvo, ojos muy hundidos, pero del mismo color verde que tenía cuando niño. Seguí mirando sus publicaciones y mi sorpresa fue mayor, había muchos mensajes en su muro de despedida, lo mas raro que todas fueron hace 2 años. Lo primero que pensé es que se recuperó, pero al leer el triste mensaje de su hermana, confirmé todo: ¡Matías estaba muerto! Pero, ¿Cómo era posible que me enviara la solicitud de amistad? y sobre todo que en Messenger aún diga "escribiendo...". Traté de llamarlo, pero no me respondió, todo es muy extraño.
Esa noche casi no pegué un ojo, estuve muy intranquilo, así que me levanté temprano y me fui hasta la que era su casa, yo vivo en cuidad, pero valía la pena hacer ese viaje. Cuando llegué a mi pueblo, todo estaba igual a como estaba hace 10 años que me fui. Miré hacia el kiosko de la plaza y aún estaba don Clodomiro sentado leyendo el diario. Abrí la ventana del auto y lo primero que me llegó fue el aroma, ya casi lo había olvidado, que rico es respirar el aire puro y limpio.
Cuando doblé por la avenida, pasé por la casa en la que viví toda mi infancia. Estaba muy cambiada, la fachada era nueva, medió un poco de pena ver que derribaron el árbol, con Matías y otros amigos jugábamos tardes enteras alrededor de él y mi padre se sentaba a escuchar los domingos fútbol con la radio, siempre con un té.
Cuando doblé la esquina estaba del mismo color rojo la fachada de la casa de Matías y el viejo Fiat 600 del padre estacionado afuera. Hace tanto que no venía, pero todo está igual, hasta los hoyos de la calle. Cada metro que avanzaba mi corazón palpitaba más y más fuerte, mis manos se fueron colocando frías, estaba muy ansioso y a la vez con la esperanza de equivocarme en lo que leí en el perfil de Matías.
Me estacioné, le puse alarma al auto, creo que el trayecto de mi auto a la puerta de la casa, pasaba en cámara lenta, se hacía interminable, hasta que llegue a la puerta. Cerré los ojos, respiré profundo y boté el aire lentamente y toqué el timbre, esperé como 10 segundos cuando doña Elena me abrió la puerta, al parecer no me reconoció de inmediato, pero cuando la abracé como cuando era pequeño se acordó de mí. Me invitó a pasar me ofreció un vaso de bebida, hasta don Carlos salió de su habitación para salir a saludarme. Conversamos como media hora hasta que le pregunté por Matías, doña Elena se llevó las manos a la cara y rompió en llanto, don Carlos la abrazó y le habla al oído, así estuvieron un rato hasta que se incorporó y camino hacia mi me tomo de las manos y me comenzó a contar de como mi amigo se comenzó a enfermar y a morir lenta y dolorosamente.
Cada detalle de su lucha me estremecía todo el cuerpo. No podía creer todo lo que vivieron, un cáncer estomacal se lo llevó para siempre. Me dio mucha pena por ellos, ya que pude sentir su dolor y una frase de don Carlos me clavó hondo "Un padre no debe enterrar a un hijo", después de un rato llegó Flor, nos dimos un abrazo grande, de esos abrazos que dicen sin hablar, te extrañé.
Cuando ya me estaba despidiendo de todos, me suena el celular miro la notificación, es un mensaje de Messenger, lo abro y dice "Adiós querido amigo".