Historias de Bar 2
Ayer me pasó algo que aún me tiene triste. Estando aquí en mi barra desde ya casi un año, he podido escuchar muchas historias, por el tono y otras cosas, algunas son claramente falsas, pero otras, como esta, son reales y muy tristes... ¡pobre mujer!
Estaba en la barra preparando unos mojitos para la mesa 11; había un grupo de mujeres muy prendidas y animadas que pedían y pedían. Estaba con tanto pedido que no pude ver el momento que ella, Cristina, se sentó en la barra. Ella es una mujer de pelo castaño, yo creo que debe tener unos 30 años como mucho.
Al rato de estar ahí, me di cuenta que nadie la había atendido y le pregunté qué quería tomar esa noche. Como siempre lo hice con mucha amabilidad y una sonrisa, pero ella en voz muy bajita y con lágrimas en los ojos me dice:
- Necesito algo fuerte para olvidar y borrar las penas.
De la forma como me lo dijo me causó una tristeza profunda, sólo era mirarle la cara y darse cuenta que estaba sufriendo. Me pregunté ¿Cuál sería el motivo de tanta tristeza?
Le preparé un vodka con hielo y menta; es un trago que no cae mal para la resaca, porque me di cuenta que ella tomaría más de uno y le digo:
- ¡Tome! Espero este bien.
Ella alzó la cabeza y me agradece.
Al pasar un rato veo que ella aún está casi con el vaso, tal cual se lo había pasado, pero de forma muy silenciosa corrían sus lágrimas por las mejillas. El grupo de chicas de la mesa 11 ya se habían ido y la barra estaba mucho más tranquila, así que me decidí a intentar entablar una charla con ella y le pregunto:
- ¿No te gusto cómo lo preparé?
- ¡Está bien! Pero no sé si me servirá para borrar las penas.
- Eso sólo se puede averiguar de una manera.
- ¡Sí! ¿Cuál sería esa manera?
- Contándome de qué tipo de pena estamos hablando.
Ella agachó a mirada y las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos y en ese momento le digo:
- ¡Perdón! No quise ser imprudente.
- Está bien y gracias por preguntar. Pero creo que sólo se puede pasar esta pena dejando de respirar.
Yo abrí los ojos como plato, me sorprendió mucho su respuesta y le digo:
- ¡Perdón! Pero aún no me has dicho tu nombre.
- Cristina y ¿el tuyo?
- Julio, Julio Cortez.
- Julio, es un poco complicado mi problema.
Ella tomó un sorbo de vodka, inspiró profundamente y me comienza a contar.
Hace tres años con unas amigas fuimos de viaje a Brasil y en ese viaje nos fuimos de juerga varias veces y una de esas salidas conocí a un chico, su nombre es Joao. Él era un chico alto, de un cuerpo privilegiado. Tuvimos una aventura de vacaciones. En ese momento yo estaba soltera y sin ningún compromiso, así que di rienda suelta a ese amor veraniego.
Con él solamente estuve una semana, ya que tenía que regresar. ¡Lo pasé muy bien! Después de regresar estuve en contacto con él sólo un par de semanas y como es lógico, él siguió con su vida y yo con la mía.
Hace dos años, conocí al que ahora es mi marido. Nos casamos hace 3 meses. Él es un hombre maravilloso y con él conocí el amor verdadero. Es divertido y muy guapo, por cierto. Con él he vivido las cosas más maravillosas que jamás viví. Pero, como todo en la vida tiene un pero, el mes en uno de esos exámenes de rutina, me detectaron VIH.
Me tuve que repetir el examen, pero el resultado fue el mismo. ¡Mi vida se acabó! ¡Voy a perder al hombre que amo! ¡Voy a perder mi vida! y lo peor de todo, es que ¡no sé cómo decirle a mi esposo que es lo que me pasa! Él me ha preguntado varias veces esta semana que es lo que me pasa, pero yo no soy capaz de contarle, no sé cómo va a reaccionar, ante esta noticia.
Desde el hospital me pidieron que lo llevara para activar el protocolo, pero aún no me he armado de fuerzas para hacerlo. ¡Sé que lo perderé! y lo peor de todo es que además de arruinar mi vida, se la arruiné a él, mi marido.
En ese momento Cristina se pone a llorar, nuevamente, yo me salgo de barra doy la vuelta y la abrazo para contenerla y le digo:
- ¡El amor lo supera todo! Habla con él y cuéntale lo mismo que a mí. Seguro que te entenderá.
- ¿Y si me deja?
- Está dentro de las posibilidades, pero estoy seguro que entenderá. Eras soltera y aún no lo conocías.
- ¡No lo sé! ¡No quiero perderlo!
En eso secó sus lágrimas, le acerco un vaso con agua para tranquilizarla y le digo:
- Esto es algo muy importante y debes compartirlo con él, además él también es un afectado, así que anda a tu casa y habla con tu esposo. Seguro lo podrán superar juntos.
En ese momento Cristina se levantó y me pidió la cuenta, y yo le dije:
- ¡Esta vez paga la casa!
Ella se fue, pero a mí, me quedó una mala sensación. ¡Pobre chica!